Oda al Yoga #132
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“El yoga y la meditación te hacen sentir bien,
sino que además son mucho más que un pasatiempo
o una práctica saludable, son una relación con el mundo,
una vía de conocimiento,
una manera de acceso a la realidad
que merecen ocupar un puesto central en nuestra vida”
Yoga
Emmanuel Carrére
Queridos amigos,
¡Primera Oda del 2024! ¡Feliz año, con una pausa creativa! Ignoro si una cosa llevó a la otra, pero no solo terminé el 2023 volviendo a practicar yoga sino que también leyendo la novela Yoga de Emmanuel Carrére.
Cuando estoy sobre la colchoneta, que en lenguaje yoguístico es mat, soy como un árbol de tronco duro, he perdido toda la movilidad. En tiempos remotos era dócil como la rama de un bambú y ahora apenas puedo doblar mis piernas sintiendo una tensión que nace en la coronilla de mi cabeza hasta el último dedo del pie. Qué horror más grande, cuánto añoro mi flexibilidad digna de una bailarina, donde podía ir sin problemas a esas posturas que tienen nombres tan extraños para nosotros, los comunes occidentales. Este yoga del que hemos caído rendidos, y nos ayuda a ser mejores, eso creemos, o intentamos.
La historia de mi regreso a las pistas del yoga se remonta a comienzos del 2023 cuando conocí a Joseph Dunmore, quien vive en la comunidad “Los manantiales”, donde yo arriendo mi pieza taller en El Arrayán. Joseph es un inglés avecindado, no sé hace cuánto en nuestra tierra chilena, y alquila una casa en la comunidad. Es padre, marido y artista. Además de yoguista. Hace varios meses nos conocimos en la entrada de la casa principal de la comunidad y ahí me enteré de su ocupación y que además hacía clases aquí mismo donde yo arriendo hace más de una década. Le dije que iba a probar una clase, pero no cumplí con mi palabra, fue imposible coordinar sus horarios con los míos, o mayor fue mi terror de no poder hacer correctamente una asana, como se denominan las posturas que significa asiento. A comienzos de diciembre no di más con mi cuerpo, porque me costaba incluso hacer algo tan sencillo como anudarme los cordones de las zapatillas. Ignoro si es culpa del trote, del gimnasio, de ambos, de la edad, qué se yo. Tuve que volver al yoga, y la magia sucedió.
Su casa queda a un costado de la comunidad, como algo escondida, y cuando abrí la puerta de madera, nunca imaginé la sorpresa que me llevaría. Casi me caigo de espalda, porque encontré un submundo ¡y todo a unos metros de mi taller! El espacio donde practicamos se llama “Espacio Brahman”, donde hay una plataforma de madera rodeada de una vegetación exuberante con plantas en macetas, se escucha el río Mapocho, nadie diría que estoy en Santiago, sino que en un retiro de yoga.
Mi primera clase Vinyasa (un tipo de yoga más dinámico) fue un desastre, la segunda también y la tercera un poquito menos. Qué terrible era tratar de mantenerme erguida, no perder la estabilidad, agarrar tu pequeño dedito del pie pero solo alcanzando la rodilla mientras mis compañeras, como si hubieran nacido con este don, lo hacían sin problema. Me rendí y apoyé la frente en el mat. Joseph tiene una gata y me cuesta que ella esté alrededor, pelecha bastante, no es mi animal preferido. Cuando comienza la sesión ella se queda tranquila y me olvido de su presencia. Joseph habla con su español chapoteado y sus clases son largas, no una hora, no una hora y cuarto, sino que una hora y media. Si parto a las 9.30 am termino a las 11.00 am y cuando vuelvo al taller solo pienso “quién me habrá llamado, cuántos WhatsApp tendré, quizá se cayó el mundo mientras yo intentaba convertirme en ese dócil bambú” ¿Adivinen qué? Nunca he tenido una urgencia.
El mejor regalo es al final de la clase, lo siento como el manjar de la comarca, porque se hace la relajación que se llama shavasana. Debes ponerte en posición inmóvil en el suelo con los brazos abiertos y las piernas completamente relajadas. A cada participante Joseph le tapa los ojos con un antifaz y mi cuerpo está un estado absoluto de entrega. Nadie puede decir que el yoga es simple, menos Emmanuel Carrére que lo practica hace años y la meditación se convirtió en su mejor arma contra la depresión. En el libro Yoga viajas por la ruta del autor francés, aunque él vuelve a caer en la desazón, abandona la práctica y la vuelve a retomar como yo, solo que él hace la posición de loto con facilidad, o eso nos hace creer. Yo ni llego a medio loto.
No le pregunté a Catalina Infante, escritora chilena, si hacía yoga, pero sí sé que ya no vive en Santiago y ama su oficio. Ya está al aire el Cuestionario Espiral con sus respuestas maravillosas. Si no conoces a Catalina, te cuento que posee una imaginación preciosa, un manejo del lenguaje notable y es una excelente tallerista, conócela más en Espiral y si te quedas con ganas, en su página web.
Mis recomendaciones
Una novela: Yoga de Emmanuel Carrére, un libro que me cautivó.
Un podcast: How to Reboot your Memory for 2024 o Cómo reiniciar tu memoria para el 2024. Si eres como yo, que se te olvidan nombres, ideas o aprendiste algo y ya no sabes lo que era, este podcast de The Guardian es para ti. Escucha el episodio Today in Focus, o en español, Hoy en foco, donde un especialista en neurociencias explica con sencillez cómo funciona nuestra memoria y qué tenemos que hacer para no perderla.
Mis momentos
Estoy agradecida: Obvio, por este lujo de tener el yoga a unos metros de mi taller con un excelente profesor inglés que habla preciosamente el castellano, y te enseña con maestría.
Aprendí: El alcohol daña más la memoria de lo que yo suponía y el problema radica en que nos hace confundir la realidad. Si tomamos demasiado, tendemos a recordar mejor el episodio del alcohol que la vida común, también rompe corrientes neuronales. Así que mejor, me vuelvo abstemia y hago más yoga.
Fui feliz: Cuando fui a la playa de Maintencillo a ver a mi hijo practicar surf y después, al frente de la playa, nos comimos un helado.
Lee. Escribe. Crea con Yoga.
Karen.
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